«Estamos en esa etapa de análisis, de reflexión, sobre lo que más le conviene a México. Y vamos a tomar decisiones». Con esta frase, el presidente Andrés Manuel López Obrador abrió la semana pasada la puerta a la posibilidad de legalizar el cultivo de la amapola, también conocida como adormidera, y que es la materia prima para la fabricación de opio y sus potentes derivados legales e ilegales, como la morfina y la heroína.
Era 8 de marzo. En la Cámara de Diputados avanzaba el histórico proyecto de regulación de la producción, venta y consumo de marihuana que finalmente fue aprobado dos días después y enviado al Senado para su ratificación, lo que deberá ocurrir a más tardar el 30 de abril para cumplir con un fallo de la Suprema Corte de Justicia.
Con el multimillonario negocio del cannabis legal en puerta, López Obrador no descartó que en un futuro ocurra lo mismo con la adormidera. «En lo que tiene que ver con la comercialización de la marihuana, de la amapola, se ha tomado la decisión de iniciar un análisis de fondo sobre estos cultivos», dijo.
Implicaría una transformación radical del mercado, ya que México podría producir morfina, el indispensable derivado medicinal del opio cuya fabricación es monopolizada casi en su totalidad por países desarrollados: solo Australia, Alemania, Austria, China, Eslovaquia, España, Francia, Holanda, Hungría, India, Inglaterra, Japón, Macedonia, Nueva Zelanda, Polonia, Rumania, Turquía y Ucrania tienen autorización de Naciones Unidas para cultivar amapola.
Una de las primeras estrategias de López Obrador fue el impulso de programas de sustitución de plantíos para que los campesinos del llamado Triángulo Dorado que comparten Sinaloa, Chihuahua y Durango, más el estado de Guerrero, dejen de sembrar la planta de donde, de manera ilegal, se extrae la goma de opio, ese producto tan preciado para los narcotraficantes que la transforman en costosas sustancias ilegales que generalmente envían a EE.UU., el principal mercado demandante.